A Jesús Moreno Ramos (Perales del Puerto, 1958) le gusta que le digan que no parece sacerdote. No viste sotana, ni alzacuellos. Acude a la entrevista con cazadora de cuero negra del centro de oportunidades de El Corte Inglés, la tienda en la que suele comprarse la ropa. Lleva algo de prisa porque tiene que desplazarse hasta Zarza de Montánchez para oficiar el entierro de un amigo al que conoció cuando estuvo de párroco en esta población. Añora sus años de cura rural. En estos momentos, compatibiliza su cargo como vicario de Pastoral en la Diócesis, donde coordina todas las delegaciones, con sus obligaciones en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, su destino actual. Es sociólogo y ha publicado varios estudios. Su último trabajo ha sido un libro dedicado a su pueblo, titulado 'Perales del Puerto, desde la Prehistoria hasta los tiempos modernos'. No elude ningún tema durante la conversación. Habla claro del aborto y hasta de la prima de riesgo.
-¿Qué acogida ha tenido el libro en su pueblo?
-Muy buena. Donde mejor se ha recibido ha sido allí porque a la gente esas cosas le gustan mucho.
-¿Qué ha sido lo que más le ha sorprendido a la hora de bucear en la historia local?
-Hay dos aspectos que han marcado mucho la historia de esa comarca, la Sierra de Gata: la cercanía con Portugal y la proximidad con Castilla y León. La cercanía con León afectó a los primeros tiempos de la Reconquista, que hizo que continuamente hubiera cambios de fronteras. Fue una zona muy castigada. La población autóctona prácticamente desapareció durante esos siglos de luchas entre cristianos y musulmanes. Aquellos pueblos fueron repoblados por los del norte en su integridad. Y, por otro lado, el hecho de estar cerca de Portugal afectó a la evolución demográfica y económica en los siglos XVII y XVIII por las distintas guerras que hubo con el país vecino. Fue un periodo de inestabilidad grande y murió mucha gente.
-¿Cuándo se marchó del pueblo?
-Sigo yendo de vacaciones por la familia y los amigos. Pero de manera estable estuve allí hasta los once años, cuando salí del colegio. En aquellos tiempos, cuando existía el Bachillerato Elemental, era la edad a la que se dejaban las escuelas normales para empezar en el Instituto de Enseñanzas Medias. Teníamos dos alternativas: venir al colegio Diocesano, que era el más barato, o irnos a Ciudad Rodrigo porque en aquella época no había internado más cerca, ni siquiera estaba el instituto de Coria.
-¿Siempre tuvo clara su vocación?
-No. El rector del Seminario me dijo que para irme al Diocesano ingresara en el Seminario, donde ya estaba mi hermano. Y así lo hice. Pero yo entonces no quería ser cura; quería ser médico. Después, poco a poco, me lo fui planteando. Pero hasta los 14 ó 15 años mi idea no era la de ser sacerdote. La llamada no se produce a voces. Uno va sintiendo, va contrastando... y las circunstancias de la vida hacen que sigas. Ya van 30 años y todavía no me lo explico muy bien. Otros compañeros míos, a lo mejor, pasaron por las mismas dificultades que yo y lo dejaron. Yo siempre fui un poco rebelde y, entonces, en el Seminario los rebeldes no estaban bien vistos. Creo que a punto estuvieron de echarme alguna vez.
-En estos 30 años de carrera, ¿cuántos destinos ha tenido?
-Durante 20 años he estado ejerciendo como párroco de pueblo. Y, después, seguí sin perder el contacto con el mundo rural porque cuando estuve como delegado de Cáritas viajé por todos los pueblos de la Diócesis. He estado en todos.
-¿Y en cuántos ha ejercido como párroco?
-Mi primer destino fue Montehermoso. Después me fui a la mili. Al regresar, fui párroco de Sierra de Fuentes y estuve de capellán en la Universidad Laboral, donde también daba clases de religión. Más tarde me marché a Zarza de Montánchez y Salvatierra de Santiago. Desde allí me trasladaron a Aldea Moret. Y luego volví a Sierra de Fuentes otros diez años.
-¿El trabajo de cura de pueblo es el que más le ha llenado?
-Cuando uno es de pueblo, el modelo de cura que tienes es ese, el clásico, con su parroquia, su gente, los enfermos, los niños... Pero los pueblos también tienen sus dificultades porque el control social es muy grande. De todas formas, yo en los pueblos siempre me he encontrado muy bien, mejor que en la ciudad.
-¿Cómo fue su experiencia en Aldea Moret?
-Yo llegué en junio del 92. Y entonces ya se habían habitado las promociones de viviendas de 1988, situadas en el entorno de la Plaza Primero de Mayo, la calle Tíber y los bloques A, B y C de la calle Ródano. El mismo verano en el que yo llegué se acababan de asignar las 48 viviendas del Cerro de los Pinos. Aquella época coincidió con la puesta en marcha de una operación de cirugía estética para Cáceres que consistió en la eliminación de las chabolas para acabar con la mala imagen que la ciudad daba a los turistas. Había que quitar todo lo que había a las entradas : el Junquillo, el Carrucho y las prefabricadas de la cárcel. Se inició entonces la prolongación de la calle Ródano, la zona de Germán Sellers de Paz...
-Vivió entonces la transformación del barrio...
-Creo que se hizo una mala política. Lo dije entonces y lo seguiré diciendo. Se tenía que haber invertido más en formación y educación social y haber brindado algún tipo de tutelaje a las familias que no estaban acostumbradas a vivir en esas condiciones. Yo he visto a gitanas viejas llorando tras un realojo que me decían: «Mire dónde nos han traído, con lo bien que estábamos en El Carrucho». La mayoría de esas viviendas tienen dos cuartos de baño. Yo he llegado a ver un caso en el que la familia utilizaba el baño pequeño y en el grande habían echado tierra en la bañera, donde habían sembrado tomates y pimientos. Y tenían una gallina atada a la cadena del bidé. Los ocupantes de estas viviendas trasladaron su esquema de vida a los pisos sociales. El problema es que hemos trasladado nuestra mentalidad paya, nuestro ideal de vivienda, a los gitanos. Eso ha sido un fallo de planificación. Se ha querido hacerles bien y ellos lo han interpretado como un agravio porque a ellos les gusta tener un modo de vida más colectivo. Desde el punto de vista antropológico ha sido un desastre, porque no se ha tenido en cuenta la cultura gitana.
-También vivió como delegado de Cáritas el estallido de la crisis.
-Lo más duro ha sido ver cómo familias que tenían una vida normal se han quedado sin nada. Se crean problemas de ansiedad, de desesperación y de agresividad en las casas. Eso es lo que peor estoy llevando; estamos desbordados. Nosotros podemos recoger millones de kilos de alimentos, pero los otros problemas requieren una atención emocional. Durante el curso 2008/2009, cuando oficialmente no estábamos en crisis, impartí 13 veces una charla en la que ya hablaba de la crisis. Me encontré con algunos políticos que me dijeron que no llevaba razón. Y ahora digo que es verdad que estamos saliendo de la crisis.
-¿Qué opina de la nueva ley del aborto?
-En ese tema soy carca. Me parece que tanto esta como la anterior ley parten de unas bases que yo no comparto. Para mí, el problema fundamental es que la sociedad tiene dejado en manos de la mujer que se queda embarazada todo el problema de tirar para adelante con la criatura. En lugar de afrontar cómo apoyar a una madre que no pude tirar para adelante, lo que hacemos es ofrecer medios para interrumpir el embarazo, con más o menos límites, pero nos movemos en lo mismo. No estoy de acuerdo con que se elimine ninguna vida humana. Otro tema es cuando hay conflicto entre el derecho de la madre a vivir y el del hijo; lógicamente ahí lo que se pretende no es eliminar a nadie sino salvar la vida de la madre. Yo no he encontrado todavía a ningún científico serio que me diga a partir de qué mes se puede hablar de vida humana.
-¿Y dónde queda la libertad de decisión de la mujer?
-El problema es que no se trata de su vida, sino la de otro ser humano. Lo que yo no acepto es el derecho a abortar pero creo que hay que resolver el tema. Nadie habla del trauma de abortar. Conozco a mujeres que han abortado y no lo han superado. Y conozco también a alguna chica a la que yo he ayudado a que tirara para adelante porque la habían echado de casa y me ha agradecido en muchas ocasiones esa ayuda. Creo que aquí el problema es que no nos planteamos por qué una mujer quiere abortar. El que está por nacer también tiene derechos.