jueves, 23 de enero de 2014

Creo. Pero, ¿en qué Dios?

JESUS MORENO RAMOS ( El Periódico Extremadura - 20/01/2014 ) 


Hasta hace poco tiempo buena parte de la vida social y cultural estaba impregnada de religión y Dios ocupaba un lugar importante en la vida cotidiana de la mayoría de las personas. Hoy ha perdido importancia en las sociedades avanzadas. 

Se habla mucho del "eclipse" de Dios y no falta quien, abiertamente, niega su existencia. Sin embargo no es fácil determinar quién es ateo, como tampoco lo es saber quién es creyente de verdad. Para precisarlo habría que conocer qué significa "Dios" para unos y otros. 
A veces Dios es entendido como una especie de 'aguafiestas' que no deja disfrutar de la vida a la gente. (Recordad aquella campaña publicitaria con el eslogan 'Dios probablemente no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida'). Otras veces se le ve como un déspota todopoderoso que amenaza a la libertad humana; o el "tapagujeros" que remedia nuestras insuficiencias; o el "vengador justiciero", que va repartiendo males y castigando a quienes no cumplen su caprichosa voluntad. Son perversiones de la imagen de Dios que nacen de pensar en El desde el mismo ser humano, con nuestros deseos desmesurados de grandeza, de dominio, o desde los fantasmas que crean nuestros miedos más profundos. Como consecuencia de esta mentalidad, como diría un existencialista, "si Dios existe, el hombre no puede ser libre". 

En este  Dios, así entendido, tampoco creo yo, ni se parece al Dios de Jesucristo. Más aún, somos creyentes porque esperamos todo lo contrario: que Dios responde a los mejores deseos que tenemos; llena nuestra sed de infinito y de felicidad; permite vislumbrar que no estamos solos y que un mundo nuevo llegará, fruto, a la vez, de nuestro esfuerzo y de su presencia salvadora. La fe en Dios, así entendido, no reprime nuestra iniciativa sino que inspira el compromiso por la justicia y el desarrollo de las personas y de los pueblos.

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